Alicia Moreno
Daniel Goleman (1995), define la inteligencia emocional como “la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y con nosotros mismos”. Sería fantástico si pudiéramos saber cómo llevar a cabo esto: reconocer nuestros sentimientos, los sentimientos de los demás, manejar las relaciones…”¿cómo puedo potenciar mi inteligencia emocional?
Llevo muchos años tratando con adolescentes y trabajando, sobre todo, el tema de las emociones. Y, lo más curioso, es que la mayoría de los jóvenes están preocupados principalmente por sus estudios, su futuro, su imagen personal…, y en un segundo plano por sus emociones. Saben que están ahí, porque las sienten cuando están tristes, alegres, eufóricos, desmotivados…, pero no se paran a analizarlas, a aprender a gestionarlas, porque piensan que no pueden. Son los demás y las circunstancias los que provocan ese cúmulo de emociones, por tanto, se convierten en víctimas de su estado de ánimo. Un estado emocional sano es lo que te va a permitir encontrarte a ti mismo y establecer relaciones emocionales sanas con los demás. Para ello, lo primero que tienes que plantearte es que tú eres el dueño de tus emociones, de su gestión, de su intensidad. Los demás, una situación determinada, te pueden provocar un estado emocional inestable, pero controlarlo y canalizarlo corre de tu cuenta.
Te preguntarás cómo, ¿cómo puedo manejar mis sentimientos? Pues a través de tus pensamientos: ”Si quieres cambiar tu conducta concéntrate en el pensamiento que la provoca”.Y, ¿cómo controlo mis pensamientos? Los pensamientos los podemos clasificar en cuatro tipos: pensamientos necesarios, innecesarios, negativos y positivos.
Los pensamientos necesarios son los que necesitamos para poder tomar decisiones rutinarias, por ejemplo: ¿qué tengo que estudiar?, ¿qué ropa me voy a poner?
Los pensamientos innecesarios son aquéllos que nos martillean la cabeza, consumen nuestra energía y no nos conducen a ninguna parte, son inútiles. Normalmente se refieren al pasado: si hubiera ido sería diferente. O al futuro: ¿qué pasará si no viene? Ya que el pasado no está y el futuro aún tiene que venir, este tipo de pensamiento es inútil y lo único que conseguimos es agotarnos mentalmente. Cuando tengas este tipo de pensamiento, piensa a qué te conduce y si la respuesta es nada, estás ante un pensamiento innecesario. Páralo, déjalo pasar, piensa en otra cosa, usa un pensamiento necesario: a qué amigo puedo llamar, qué película puedo ver…
Los pensamientos negativos son verdaderos tumores de la felicidad, quién los alberga pierde. Se basan en la ira, la posesividad y la avaricia. Se originan también en las expectativas insatisfechas, en los desacuerdos, en la pereza, la venganza, el apego, el racismo, los celos, la crítica, el odio y la lujuria. “No importa cuánta razón tengas. Pensando negativamente siempre serás el perdedor, ya que los pensamientos negativos te privan del respeto hacia ti mismo y los demás dejan de tener respeto por ti”.
Los pensamientos positivos te llenan de fuerza, de ganas de hacer cosas, de sentir. Pero no te equivoques, pensar en positivo no significa que no veas los problemas que hay a tu alrededor. Significa que tienes una actitud favorable para encontrar soluciones, a no pararte y dejarte bloquear por las dificultades. Te hacen sentirte bien contigo mismo, te permiten darte a los demás tal y como eres, con tus virtudes y tus limitaciones y tus expectativas hacia ellos disminuye, no significa que no te importen, si no dejas de exigir y haces que tus relaciones sean más fáciles, satisfactorias y duraderas. Surgen de tus valores y pueden ser: alegría, amor, armonía, comprensión, confianza, contento, cooperación, entusiasmo, esperanza, generosidad, honestidad, misericordia, paz, respeto, solidaridad y tolerancia. Así que tú decides qué tipo de pensamientos van a dirigir tu vida.
“Un viejo indio estaba hablando con su nieto y le decía:
Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón.
Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador.
El otro está lleno de amor y compasión.
Y el nieto le preguntó: abuelo, dime: ¿cuál de los dos lobos
ganará la pelea en tu corazón?
A lo que el abuelo contestó: Aquel que yo alimente”.
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