“Tú estudia lo que tú quieras, lo que más te guste”. Esta frase la hemos escuchado los hijos multitud de veces, y los padres la repetimos más veces aún, ya que se nos llena la boca al decirla en las tertulias con otros padres cuando hablamos del futuro de nuestros hijos. Verbalizar ese pensamiento ante otros padres o profesores nos confiere un halo de ser personas que viven en la modernidad, creen firmemente en la libertad de sus hijos y confían en su madurez.

Lo lamentable es que, en no pocas ocasiones, esta frase no es más que un maquillaje, y no es del todo cierta. Hay que reconocer el avance social en este aspecto, ya que cada vez nos encontramos con menos familias que diseñan e imponen un futuro muy acotado para sus hijos, en el que salirse de la senda marcada es de algún modo descalificado. Pero, por desgracia, aún nos encontramos a no pocas familias que promulgan ese “estudia lo que tú quieras, lo que más te guste” hasta que su hijo propone una opción no contemplada por los padres: Bellas Artes, Estudios de Asia Oriental, la Escuela Superior de Arte Dramático, un Grado Superior de Música… Solo por nombrar algunos ejemplos. Esta oposición de los padres no tiene por qué mostrarse en forma de conflicto abierto, sino que puede ser transmitida de formas muy sutiles e indirectas a través de comentarios, gestos e incluso miradas.

Somos humanos, y por tanto tenemos prejuicios derivados de nuestra educación y nuestra experiencia. Pero tal vez los padres deberíamos al menos ser conscientes de ellos y entender que despiertan miedos que son nuestros, no de nuestros hijos. Si de verdad queremos ayudarles a ser libres, responsables y consecuentes, volcar sobre ellos nuestros miedos no va a ser de gran ayuda. Podemos compartir ese miedo, pero siempre hablando en primera persona y dejando claro que es nuestro. Frases como “me preocupa que…”, “me da miedo que…”, “no quisiera que…” serán de mucha más ayuda a nuestros hijos que decirles “esa opción es una estupidez”, “déjate de tonterías” o “tú lo que tienes que hacer es…”.

Y es que se nos olvida una de las cosas más necesarias y que más escasea hoy en día en las personas (y no solo en los jóvenes): la Pasión. El deseo, la avidez, la ilusión por formarte, luchar y llegar a una meta. En un mundo que tiende a la pasividad y a la inmediatez. Hoy día ya se puede comprar, charlar, hacer reuniones, buscar pareja, estudiar, viajar… con el móvil sentado en el sofá de tu casa, pero encontrar algo que te ilusione no es tan sencillo, y sería muy osado por parte de los padres coartar a la ligera, y a causa de los propios miedos, algo que da vida a sus hijos.

No debemos olvidar que los prejuicios ya mencionados se han gestado hace bastantes años, décadas incluso. Esto nos lleva a juzgar con parámetros antiguos alternativas de futuro actuales, pero no solo por el valor que otorgamos a ciertos estudios o profesiones, sino por la idea (también antigua) de que unos determinados estudios conducirán necesariamente a una determinada profesión. Los padres de hoy nos criamos en el modelo de “si estudias Medicina, serás médico y curarás enfermedades; si estudias Literatura, serás profesor y solo podrás trabajar en la docencia; y si estudias Ciencias del Mundo Antiguo, directamente te morirás de hambre”. Pero a pocos o ninguno de nosotros se nos ocurriría concebir que si estudias Ciencias del Mundo Antiguo lo mismo acabas siendo líder de una banda de música mundialmente aclamada, si estudias Literatura puedes ser una actriz de renombre, o si estudias Medicina puedes acabar siendo showman televisivo o alcalde de Sevilla.

Los padres de hoy tenemos que actualizar este modelo lineal, ya que las carreras, efectivamente, te preparan para un determinado tipo de profesiones, pero las áreas en las que nuestros hijos pueden tener talento y despuntar no tienen que estar ligadas necesariamente a ellas. Y hay que destacar que es gracias al camino recorrido, no a la meta lograda con su titulación, que pueden llegar a desarrollar todo su talento. ¿Hubiese llegado Chris Martin (Coldplay) a donde ha llegado si no hubiese estudiado Ciencias del Mundo Antiguo? ¿O Emma Watson sin sus estudios de Literatura?… Muy probablemente no. Finalizar un ciclo de estudios que ha supuesto esfuerzo, sacrificio y dedicación no debería condenar a nadie a un abanico estrecho de posibilidades, sino despertar en la persona habilidades y competencias que poder explotar en multitud de ámbitos.

Pongámonos en el lugar de nuestros hijos: ellos también tienen miedos y dudas, y solo son conscientes de algunas de las dificultades a las que se enfrentarán. Por ello lo que necesitan es nuestro apoyo y confianza, y si los padres no nos sentimos capacitados para dársela porque el miedo es demasiado intenso, al menos seamos honestos, ya que los hijos agradecen todo el apoyo por nuestra parte, pero también la honestidad. Si no podemos realmente actuar en consecuencia, tal vez sería mejor no decirles más “Estudia lo que quieras, lo que más te guste”.

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